En el silencio surgió una voz para preguntar
si me molestaría charlar. Contesté que no,
que siempre es agradable conversar durante
un largo viaje. Dejé mi libro a un lado y le miré.
Lucía dejadez lozana en un rostro curtido
por el sol y la aventura. Me empezó a narrar
una vida azarosa mientras apuraba de
manera histriónica un caramelo regalado.
En quince minutos me reveló sus sueños.
Sin dejarme hablar. Cuando el tren se de-
tuvo, se despidió dándome una tarjeta. En
ella estaba mi nombre y en el reflejo del
paisaje que se alejaba lentamente, mi cara.
Antonio J. de la Cruz